Antonio Cisneros, la poesía, la vida y los
amigos.
Antonio Cisneros, 2010 ®Borzelli Photography
Universidad Autónoma de Zacatecas, Zacatecas, México.
* Distrito Federal, México, domingo, 6 de
octubre del 2013.
Hoy domingo, día no muy grato, tampoco el mes, no por domingo sino por la
fecha, 6, del mes de octubre. En esa fecha y mes del año 2012 murió un amigo
entrañable al que traté durante los pasados 4 años. Lima ya no volverá a ser la misma, faltará la nueva creación poética de Antonio Cisneros.
Mencionar
al poeta Antonio Cisneros es hablar de la poesía, de la poesía del mundo latino,
y de la poesía del mundo. Le conocí en un mes de octubre, también, del año 2008.
El venía al Encuentro de poetas del mundo latino, y coincidimos en la
memorable sesión fotográfica de poetas y otros escritores, convocado por José Ángel
Leyva para arrancar el proyecto, en ese momento, y hoy realidad de la revista La
otra.
Sesión fotográfica de escritores
que participan en la fundación de la revista La otra,
Casa Lamm Centro de Cultura, DF, México, 2008 ®Borzelli Photography.
En esa oportunidad inició un periplo que nos llevó, además del Distrito Federal, a las ciudades de Morelia, Uruapan y Pátzcauro, Michoacán; Zacatecas y Jerez, Zacatecas, el cual concluyó en la Lima , del Perú, del año 2012.
Gracias a
Antonio Cisneros llegué al pintor Fernando de Szyszlo, a quien conocí en el
Distrito Federal, de México y al que quería entrevistar en Lima con motivo del
viaje que realicé para participar en el I Festival de Poesía Lima 2012. Había
solicitado al servicio diplomático de México y a las autoridades culturales y
fueron un obstáculo. No me brindaron ni la información y mucho menos la
información para hablar con él.
Lo anterior
lo comenté en la tertulia dominical de poetas y allí todos me dijeron llama a Toño,
Antonio Cisneros, te conoce y dile tu intención. Hablé con Antonio, él llamó y
Fernando y me contestó por escrito: que llamara a Fernando, me proporcionó el
teléfono, y que concertara la cita, y así fue como llegué con Fernando de Szyszlo en
la Lima de
Antonio Cisneros.
Este día, al leer en el diario La Jornada , en la
sección cultural La Jornada
Semanal , encuentro un texto de uno de sus grandes
amigos Marco Antonio Campos, el cual les comparto con imágenes de 4 años con
Antonio Cisneros.
Antonio Cisneros, 2009 ®Borzelli Photography
Café-Bar Las hormigas, Casa del Poeta Ramón López Velarde, DF, México.
Antonio Cisneros cronista.*
Marco Antonio Campos*
Hace un año murió y sus amigos no dejamos de
lamentarlo. Cuando se piensa en Antonio Cisneros (27 de noviembre de 1942-6 de
octubre de 2012) se asocia de inmediato con el gran poeta que fue, el poeta que
no conoció declive, al admirable autor de Comentarios reales (1964), Canto
ceremonial contra un oso hormiguero (1968), Como higuera en un campo de
golf (1972), El libro de Dios y de los húngaros (1978), Crónica
del Niño Jesús de Chilca (1981), Un crucero a las Islas Galápagos
(2005). Pero Cisneros fue asimismo un prosista amenísimo, un autor de crónicas
y de artículos de recuerdos, que reunió en su libro Ciudades en el tiempo,
donde son admirables su velocidad y precisión verbales y en las que la utilización
infatigable del yo no molesta porque suele ver a los otros y verse a sí mismo
con una mirada irrespetuosa e irónica. Cisneros es a la vez la persona y el
personaje principales y en torno de él giran los demás. En este libro, como en
sus poemas, hay una amplia porción de sus experiencias de viaje, momentos
únicos que no se borraron del país de la memoria. Cerca ante todo de Londres y
Niza, las ciudades, pueblos y puertos que le sirven de fondo son europeas y americanas,
con excepción de Tokio y Nagoya: París y Calais, Berlín y Hamburgo, Budapest y
Rotterdam, Nueva York y Berkeley, Santiago y Buenos Aires, ciudades peruanas
y bolivianas con vestigios prehispánicos.
Pero sin duda la urbe que lo selló para siempre fue el Londres de fines de los años sesenta con su “jolgorio y liberación sexual”, la ciudad emblemática del hippismo, de la beatlemanía, de las espléndidas minifaldas que robaban la respiración, de las comunas promiscuas... No está de más decir que él sintió la década de los sesenta como la más intensamente suya y Londres representó la ruptura en esa década como ninguna otra ciudad en el mundo.
En el libro Cisneros nos hace familiares lo mismo a poetas y escritores con quienes trató o conversó: Allan Ginsberg –en su primera época rebelde y en la triste y patética declinación final–, el poeta inglés Stephen Spender –de una rebeldía honestísima, “enemigo implacable de las turbas protonazis de Mosley, combatiente de
Como Arreola o Monterroso, aun quizás a pesar de sí mismos, o porque esa fue su naturaleza, Cisneros veía simultáneamente de las personas y de las situaciones la doble cara: la real y la cómica. Lo nimio, lo absurdo o lo desatinado lo volvía en ocasiones destellante literatura. Pero sus páginas más divertidas, incluso caricaturescas, suelen ser cuando aparecen los peruanos, en el extranjero o en el propio país, como en “Un tazón de verde”, donde trata a unos compatriotas que trabajan en Nagoya, Japón, pero viven en “tierra de nadie”; o en “Sandokán o las memorias de un tour conductor”, en la cual narra sus tareas, no siempre prósperas y dichosas, como guía turístico en Perú y Bolivia; o en aquella otra, en que retrata a una pareja de timadores, que ejercen de cantantes y oradores callejeros (Made in Peru), “Macchu Picchu”, un “cholo descomunal”, y el diminuto “Souvenir”, quienes, disfrazados de incas, le toman el pelo a unos alemanes luteranamente dispuestos a creer todo lo latinoamericano que parezca exótico o guerrillero. No menos hilarante es la crónica “Mis hospitales favoritos”, que tiene un claro parentesco con su poema “Hospital de Broussailles en Cannes”.
En estas crónicas de viaje hallamos su
fervor por los hospitales de Londres y Niza (que le dieron tantas alegrías y
satisfacciones), sus idas y venidas a cementerios prestigiosos (entre ellos el
High Gate, donde yace Marx), las vivencias oscuras ante el Muro de Berlín (el
cual no tenía derecho a parecerse tanto, en lo sórdido y siniestro, a la
propaganda anticomunista), su conmovedora visita a la casa de Ana Frank (que
relaciona emotivamente con páginas del Diario), sus fugaces encuentros con
algunos Premios Nobel (quienes tenían, aun antes de ganarlo, “cara de Premios
Nobel”), su esquela a la revista Playboy (la cual terminó en “una
Disneylandia para adultos”), su culto por la buena comida, su afición por las
excelentes tabernas inglesas, sus épocas de esterilidad literaria, las
inconveniencias sufridas de continuo por ser un fumador empedernido, el alto
amor por la esposa Nora y las hijas Soledad y Alejandra, sus soledades y
culpas…
Nadie que lo haya conocido olvidará a
l’enfant terrible y al adolescente de barrio que se unían de una manera del
todo natural con el hombre elegante y educado que nunca dejó de ser. Era un
gran personaje que podía ser muchos personajes.
Al final de la nota introductoria de Ciudades
en el tiempo, Cisneros escribió dos frases que podrían verse como uno de
sus posibles epitafios: “Creo que alguna vez fui feliz. Eso me basta.”
* Publicado en La Jornada Semanal, número 970, del domingo, 6 de octubre de 2013. Suplemento cultural del diario La Jornada.
* Publicado en La Jornada Semanal, número 970, del domingo, 6 de octubre de 2013. Suplemento cultural del diario La Jornada.