Alberto Chimal ® Borzelli Photography
Antes que nada quiero agradecerte, Alberto, la oportunidad que me brindas al hacerte estas preguntas a través de este medio tan satanizado en ocasiones por su despersonalización, pero tan útil en estos momentos.
Quisiera comenzar con una pregunta que surge a partir de un comentario publicado en www.lashistorias.com.mx el 4 de diciembre, acerca de la orfandad de la nueva generación de escritores. Aunque has declarado que algunos de los comentarios te parecen bravatas, ¿compartes lo que han dicho autores jóvenes como Jaime Mesa en relación a que los nacidos en la década de los 70’s son la generación inexistente?
Lo de la “orfandad” se refería exclusivamente a mí. Creo que mi situación es peculiar entre los escritores de la “generación” (aunque no necesariamente para bien, desde luego) y pensaba en ella. Aquí venían dos páginas de explicaciones adicionales pero creo que las dejaré para otra ocasión.
Sobre la “generación inexistente de los años setenta”, la frase suena muy bien pero no me parece que sea la más útil para entender lo que está sucediendo con los escritores de más o menos mi edad. Por un lado la división de diez años es arbitraria y hay autores de mayor y de menor edad que no son tan remotos de “nosotros”; por el otro lado, da la impresión de que para muchos de los involucrados en la discusión tras el texto de Jaime el “no existir” quiere decir simplemente “no tener antes de los cuarenta el éxito que tuvo Carlos Fuentes”. Y eso no es un juicio crítico sino la expresión de un deseo de celebridad temprana y rapidísima a la Miley Cyrus que, evidentemente, ya no se va a cumplir: no tiene sentido discutirlo.
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Esta “generación” no parece haber sido precoz pero esa impresión es falsa. Su proyecto iba a ser la escritura del cambio de siglo, la llegada de una época nueva después de un siglo terrible, y en la segunda mitad de los noventa muchos lo intentaron, pero la mayoría de lo que se escribió sobre el asunto era bastante malo y ya se olvidó. No sé si esto termine por ser un signo de mediocridad general (podría serlo, desde luego, por qué no), o bien de que la situación de todos nosotros fue peculiar por diversos motivos. Tampoco me importa demasiado: sólo por dar un ejemplo, Roberto Bolaño (a quien tantos admiran por las razones equivocadas) comenzó a destacarse después de los cuarenta. Y, en todo caso, hasta el momento he podido escribir lo que he querido. Si a alguien no le gusta el trabajo de cualquier autor de esta “generación”, que no lo lea; si ya lo leyó y le quedó el trauma, que espere con paciencia y tarde o temprano sobrevivirá al autor en cuestión, con lo que tendrá su venganza (o bien el autor lo sobrevivirá, y entonces ya no tendrá nada de qué preocuparse).
José Carlos González Boixó, en su libro Tendencias de la narrativa mexicana actual, también hace referencia a un aspecto como éste: él va más allá y se arriesga a decir que esta generación pretende describir lo “No mexicano”. Sin embargo cuando leemos textos como Los esclavos, Gel Azul de BEF, o alguno de los cuentos que se incluyen en la antología Grandes Hits Vol. 1 de Tryno Maldonado, leemos textos que describen a México; tal vez no con el entusiasmo ni con la intención con la que se hacía al inicio del siglo XX, pero sí encontramos una descripción velada de la nueva “realidad” del mexicano. Tal vez surge sin querer en el momento de la escritura, ya que, como mencioné, tal vez no es la intención de los autores de ahora dibujar al país. Pero ¿qué piensas de esta nueva descripción de lo mexicano? En tu novela Los esclavos, aunque no lo menciones ni sea tu intención crear una nueva identidad, sabemos que las acciones pueden transcurrir en cualquier parte de nuestro país.
Por supuesto, no estoy de acuerdo con eso que afirma González Boixó. Creo que uno de los pocos avances que hemos tenido en los últimos diez años es que la reacción de los narradores “exotistas” de fines de los noventa tuvo éxito y ya es más fácil para todos escribir de cualquier lugar incluyendo el propio México: entonces se le daba la espalda a “lo nacional” porque el poder político y el establishment cultural lo habían monopolizado por décadas, pero la situación ya es otra. El declarar la obligación de ser “representativo” o “pertinente” ya no puede confundirse con una afirmación estética.
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En cuanto a mi novela, no quería ser una indagación de algo específicamente mexicano sino de una serie de posibilidades humanas, a secas. Pero sí está plantada en un escenario que es mexicano aunque no se diga: obviamente, tampoco se trata de que lo “universal” no pueda ser además mexicano. Quiero creer que ya podríamos aceptar lo que tenemos cerca sin tanta neurosis y golpe de pecho, y a la vez sin sentirnos obligados a tratarlo de ciertas maneras, de subordinarlo a ciertos modos específicos de decir y pensar en la realidad. Además, en todo caso, yo creo que aun en los textos más estrambóticos y aparentemente alejados de lo cotidiano, entrever el contexto de quien está escribiendo no sólo es posible sino inevitable.
Desde luego, la situación presente del país tendría que darnos a pensar con urgencia en la realidad inmediata, y no sólo por las razones obvias sobre las que nos enteramos en los medios. Pero eso no quiere decir que todos tengamos que escribir las mismas cosas de la misma forma. (De hecho, más bien tendríamos que actuar: la generación a la que debe hacérsele un reparo no es la de los escritores sino la de todos los mexicanos de mi edad, que han resultado profundamente conservadores y no parecen haber aprendido ni responsabilidad ni cultura democrática.).
Pensando en otra idea de moda: la de que a lo mejor a quienes vivimos ahora nos toca historiar la destrucción de una cultura en estado terminal y lo que pase después con sus restos, creo que Los esclavos puede leerse no como un gran panorama de esa cultura –que no es–, pero sí como una pequeña muestra de ella, como un cultivo colocado en un microscopio. Sólo se ven detalles pequeños pero esos detalles pueden sugerir aspectos de la totalidad: temas centrales de ella.
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En la revista Tierra Adentro, en su número de noviembre de 2009, Ignacio Sánchez Prado menciona que tanto Los esclavos como Temporada de caza par el león negro de Tryno Maldonado no son novelas contraculturales debido a la validación que le da cada una de las casas editoriales en las que están publicadas: Almadía a tu novela y Anagrama a la de Maldonado. Sinceramente, cuando leí este comentario me pareció que sería bueno preguntarte si tu intención de inicio fue hacer una novela contracultural. ¿No crees que el término “contracultura” es algo heredado por la generación que nos precede —la de la literatura de la Onda— y que como tal, la contracultura ya está superada?
No creo que la contracultura como se entendía en su origen haya alcanzado sus objetivos, y no sé si el término se habrá desvirtuado ya sin remedio, que es lo que podría volverlo obsoleto. Pero hay una cuestión que me parece más interesante: ¿cómo se determina que una novela es contracultural? ¿Lo es si se publica en una editorial “independiente”? ¿Cómo se mide la “independencia”? Más aún: ¿las circunstancias de la publicación garantizan la calidad o la falta de ella? No lo creo: una editorial establecida en una ciudad pequeña y manejada por una sola persona es tan capaz como Alfaguara o Planeta de publicar un libro complaciente. En cuanto a la intención de los libros, sólo puedo hablar de mi propio trabajo: jamás pensé en la palabra “contracultura” mientras escribía Los esclavos, pero mi libro tampoco pretende ser una defensa del statu quo ni de una ideología conservadora. Qué tanto logré este objetivo o no es algo que no puedo juzgar, y sobre ello Sánchez Prado o cualquier otra persona puede opinar lo que desee.
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Creo que los que se han lanzado a establecer rupturas entre una y otra generación son críticos osados, pues para establecer una verdadera ruptura se necesita pasar primero la prueba del tiempo, es decir, ni siquiera de escritores como José Agustín, René Avilés Fabila, Gustavo Sainz, Margo Glantz o el mismo Sergio Pitol sabemos si sobrevivirán, pues para ello faltan muchos libros, muchas letras, y valga la redundancia, para eso hace falta mucho tiempo. Entonces ¿cuál es el lugar actual de la narrativa mexicana?, lejos de anti, súper, hiper y meta, ¿cómo prefieres ver el papel que está desempeñando esta generación?
Pensando en la idea un poco más amplia de “generación” que mencionaba antes –como desde mediados de los sesenta hasta mediados de los ochenta: veintitantos años en lugar de diez–, yo diría que representamos un momento de transición: además de ser la última hornada de mexicanos que se formaron como rehenes del poder hegemónico al viejo estilo priísta, somos los únicos que vivimos todas las transiciones del fin de siglo, desde el desplome del bloque comunista hasta la popularización de Internet. Esto ocasionó una inestabilidad, la conciencia de que faltaban asideros y orientaciones claras, que tuvo que influir en lo que se escribió y tal vez lo distorsionó y lo malogró, en efecto, al menos en muchos casos individuales. Una vez que fracasó el proyecto de una narrativa finisecular, nostálgica que se emprendió en los noventa (y que descendía de la corriente nostálgica de la generación inmediatamente anterior, la que vivió el movimiento del 68 y quedó marcada y debilitada por la violencia), quedó la dispersión y el pasmo del que tanto se habla pero que ahora está cambiando. Yo veo tres grandes tendencias: hay quienes desean regresar a la literatura realista y nacional al modo tradicional, quienes desean insertarse en los grandes mercados y le apuestan todo a ellos y a sus ideas sobre lo que es rentable y lo que no, y también quienes desean retomar la tradición de la intelectualidad a la vieja usanza: la política como razón de ser de la literatura y la idea del autor representativo como máximo ideal. Como ninguna de estas corrientes propone realmente nada nuevo, tal vez esta “generación” realmente va a ser poco memorable; por otro lado, la obra más interesante en periodos de incertidumbre como éste es la de los autores solitarios, no necesariamente alejados de corrientes o grupos pero sí capaces de escapar de sus influencias aunque no logren crear sus propios movimientos. Mario González Suárez podría ser un ejemplo de esto, y también Yuri Herrera. Puede haber otros. Es demasiado pronto para juzgar.
Alberto Chimal y Raquel Castro ® Borzelli Photography
También se ha mencionado mucho sobre el mal llamado “síndrome Golo”, pero ¿qué piensas de los que dicen eso?, ¿por qué no llamarle mejor el “síndrome Marlene” o el “síndrome Yuyis”?
No hay que exagerar la importancia de ese “síndrome”, que es un invento de Sánchez Prado a partir del hecho de que un personaje de la novela de Tryno Maldonado y uno de mi novela tienen el mismo nombre. Es una coincidencia, pero Sánchez Prado la utiliza para generalizar y decir que todos los libros de la generación se parecen a los nuestros en sus defectos. No he leído Temporada de caza para el león negro, y no estoy de acuerdo con Sánchez Prado en lo que dice de mi propio libro, pero aun si tuviera razón en nuestros dos casos, pretender leer como si fueran iguales a colegas de lo más diverso me parece injusto. ¿Qué tiene que ver la obra de Heriberto Yépez con la de Guadalupe Nettel, o ésta con la de Juan José Rodríguez? Al contrario de lo que él dice, yo creo que muy poco.
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Algunos escritores norteamericanos de la generación de medio siglo decían que los novelistas maduros comienzan a escribir a partir de los 50 años de edad, ¿sucedió algo semejante contigo? No quiero decir que tengas 50 años, sino que esperaste un tiempo prudente para publicar tu primera novela, hiciste tablas, fuiste forjando un camino en los cuentos. ¿Cuánto tiempo te llevó escribir Los esclavos?
Me ocupé de la novela durante cerca de dos años: el primero escribí y buena parte del segundo la dediqué a revisar. Ahora bien, los cuatro años anteriores a Los esclavos los había pasado con otra novela, que suspendí y luego he retomado, y antes escribí otras dos novelas, completas, que luego destruí porque no valían la pena. Creo que hubiera sido mejor para mi “carrera” el empezar más pronto a publicar novelas, pero no podría haberlo hecho: la razón por la que antes de Los esclavos publiqué tantos libros de cuentos no es sólo que me fascina el cuento, y no lo abandonaré ni siquiera ahora, sino que las novelas que también quería escribir no estaban listas. Yo no estaba listo…, y esto no dependía, por cierto, del trabajo previo: el cuento no es el “kínder” del novelista.
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Hay un cambio radical, en cuanto a la temática, de lo que habías hecho antes en, por ejemplo, Gente del Mundo, El país de los hablistas, y qué decir de La cámara de maravillas, hasta llegar a Los esclavos. ¿Qué piensas de tu evolución? Evolución entendida no como autoalabanza, al contrario, como autocrítica: si pudieras, ¿qué te gustaría cambiar o qué crees que podrías haber hecho mejor con los libros mencionados?
Si consigo escribir los proyectos que todavía vislumbro y deseo, y si quedan medianamente bien, lo que estoy haciendo desde Gente del mundo se verá más claramente: hay rupturas pero también hay cierta continuidad de algunos elementos y preocupaciones. Ahora bien, creo que en mis primeros libros –incluso los anteriores a Gente del mundo– podría haber sido más arriesgado, más loco y extraño. Una parte de lo peculiar de mi formación, que ya mencionaba, es mi contacto con la literatura fantástica, que fue casual y no muy orientado al escapismo del que a veces se acusa a lo fantástico, sino más bien al desconcierto y la ruptura de límites de la tradición romántica. (La verdad es que Rulfo me interesó primero porque en Pedro Páramo hablan los muertos, y antes de Rulfo me interesó Arreola, y antes de Arreola me interesó Philip K. Dick; la verdad es que de Carlos Fuentes me quedaría con Aura y con Terra nostra –a pesar de ser ésta una novela fallida– por su imaginación tan increíblemente ambiciosa…) Digo todo esto porque una deficiencia de trabajos anteriores es que me tardé en descubrir lo que podía valer la pena de mi propia formación azarosa: no se trataba sólo de la fantasía por la fantasía, o el asombro por el asombro, sino del lenguaje como puerta hacia otra cosa… Probablemente sólo lo tuve claro hasta Grey, que es un libro de 2006.
Entre otros defectos, podría decir mencionar varios tropiezos, sobre todo en los libros muy tempranos, para tratar personajes, y dos o tres problemas serios con la estructura narrativa. Me serví de esos problemas más tarde, cuando comencé a escribir textos verdaderamente experimentales, pero tal vez podría haberlo hecho antes…
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En Los esclavos, existe una nomenclatura que inicia con el 1 y culmina con el 101. ¿Existe algún significado en esa numeración, es una influencia del cine para contar los cuadros y las escenas de acción? O tal vez me vea muy arriesgado: ¿es una influencia del Tractatus Filosoficus de Wittgenstein?
Me encantaría poder decir que algo tuvo que ver el Tractatus, pero no: ni modo. Tal vez algún día podré escribir una novela que tenga que ver con don Ludwig, o bien con Levinas, con Gadamer o con Gödel… Aquí, más bien estaba actuando bajo el influjo de una cantidad indeterminada de novelistas que numeran capítulos mucho más extensos… Me habría gustado también que mi primera novela publicada no tuviera precisamente ese rasgo paródico, pero no pude hacer mucho al respecto.
En El País de los hablistas, existe ya un guiño que nos hace pensar que ya estabas trabajando en el tema del castigo, el cual se refleja en Los esclavos; en el cuento “La vida perdurable” hay un castigo para los dos personajes, Rata y Pargo. En una de las minificciones de Grey, en donde se habla de dos hermanos, uno de ellos tiene el poder de sanar con las manos y el otro muele a golpes a sus enemigos para hacer un negocio redondo entre los dos. ¿Es el castigo un tema que quisieras hacer constante en tu literatura?, ¿crees que este tema es recurrente debido a la relación sadomasoquista que tenemos en México, heredada por la religión católica entre un dios dominador y sus fieles?
No lo sé con precisión. Podría ser: como tantas otras personas en México, crecí en una familia católica muy laxa en cuanto a tradiciones y ritos auténticos pero muy trabajada por la culpa y “lo que no se dice”, y ahora me da la impresión de que esos modos de pensar son parte de lo peor de nuestra cultura.
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Ya te he mencionado por correo y en un comentario que dejé en tu página, que yo llegué a Milorad Pavic gracias a una recomendación tuya, y no sólo eso; también llegué a José Luis Zárate, a Eduardo Huchín y a Bernardo Fernández BEF, gracias a ti. Pero ¿tú cómo llegaste a ellos?
A Pavic llegué por recomendación de Verónica Murguía y Ricardo Chávez Castañeda. A Zárate lo empecé a leer desde que comenzó a publicar, en los años ochenta. A Bef lo conocí primero como guionista de cómic (por una historieta de corta vida, Chamán, en colaboración con el dibujante Bachan). Y a Eduardo Huchín lo conocí en un encuentro de escritores (para que se vea que sí sirven de algo, a veces)…
¿Quiénes crees que sean los escritores que más han influido en tu oficio como escritor?
Jorge Luis Borges, Mario Levrero, Milorad Pavic, Edgar Allan Poe, Philip K. Dick, Angélica Gorodischer, Juan José Arreola, William Blake, William Shakespeare, J. R. R. Tolkien, Alan Moore, Jean-Claude Carriére son los que se me ocurren en este momento. Los cuatro primeros son imbatibles.
En un plano más personal, Alberto cuéntanos cuáles fueron el último libro que leíste, el disco de música y el pintor o cuadro que te causaron mayor impacto.
El último libro que leí fue El libro de J de David Rosenberg y Harold Bloom, una nueva traducción de las porciones más antiguas del Pentateuco con un análisis de cómo se modificaron al paso de los siglos y qué hay de literario bajo lo doctrinal (es mucho); justo ahora estoy volviendo a escuchar la Sonata para violín y piano de Cesar Franck. Y apenas ayer, en un museo de Dallas, he visto un cuadro pequeño y tremendo de Goya, El patio de los locos. No lo conocía y me dejó muy impresionado.
Terraza este, del Palacio de Bellas Artes con Tomás Hidalgo
Raquel Castro y Alberto Chimal ® Borzelli Photography
¿Cuál es tu postura respecto a los grupos literarios, podrías decir que perteneces a alguno?
Creo que son inevitables, que no siempre lo hacen todo mal y que, hasta el momento, ninguno se ha interesado en mí.
Finalmente, en México hay muchos movimientos literarios tan disímbolos como es nuestro país, en Puebla está el grupo de los Ultracostumbristas, ¿has escuchado de ellos? De estos grupos nuevos en México, ¿cuál es el que más te llama la atención?
He escuchado de los Ultras, debo confesar, a partir de que establecí contacto contigo. Me da la impresión de que, al contrario de la mayoría de los grupos que he visto por ahí, éstos no están agrupados alrededor de una publicación –lo habitual– sino realmente de una propuesta formal. Habrá que ver si pueden llevarla lejos y mantenerla coherente; sería muy interesante que lo lograran porque así refutarían la idea de que los escritores mexicanos estamos totalmente atomizados…
Muchas gracias.
Gracias a ti, Óscar.
Texto: Óscar Alarcón
Fotografías: Pascual Borzelli Iglesias para abartraba
Diseño y edición: Miguel Borzelli Arenas
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