Participaron en el homenaje, de izquierda a derecha: el pianista Antonio Bravo, con quien Carlos Montemayor ensayaba, Luis Chumacero, el escritor Roberto Bañuelas, el pianista Francisco Núñez, Jimena una de las hijas de Carlos Montemayor, la mezzosoprano Encarnación Vázquez, su otra hija Alejandra, Susana de la Garza, SI, Angélica Pérez, que leyó poemas traducidos al náhuatl, el escritor Ignacio Solares, el poeta Marco Antonio Campos, Natalio Hernández, la burócrata del gobierno del DF Elena Cepeda de León, Salvador Martínez Della Roca y Miguel Álvarez. ®Borzelli Photography
Recuerdo de Carlos Montemayor*
Luis Chumacero
Conocí a Carlos Montemayor a mediados de 1973 y lo que en un principio nos acercó fue que teníamos amigos en común, como Marco Antonio Campos y Bernardo Ruiz, y que también compartíamos lo que en ese entonces llamábamos afición a la lectura, sobre todo a la literatura fantástica de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, y a la poesía de T.S. Eliot, antes de descubrir que no le eran ajenos los poetas italianos del Renacimiento ni los contemporáneos como Pavese, Ungaretti y Montale, entre otros. Su interés por la literatura, la historia y la música hacía que quien se aproximaba a él recibiera la impresión de alguien distante, ensimismado en lo que había leído o escrito recientemente. Nada más alejado de la realidad para quienes lo conocíamos. Con el paso del tiempo descubrimos a un ser generoso, con sentido del humor y, en pocas ocasiones, que hacía gala de irreverente. Lo recuerdo mucho a partir de los años ochenta, cuando llegaba a las comidas que organizaba mi madre para los cumpleaños de mi padre, en las cenas de Nochebuena y en las fiestas en mi casa, en la de mis hermanos o en las de otros amigos. Carlos se hizo uno de los nuestros y las conversaciones nos llevaban muchas veces, cuando había que hablar con seriedad, a la historia de México, a sus revoluciones, a temas como la injusticia social y, por supuesto, al asalto al cuartel de Ciudad Madera, al levantamiento indígena en Chiapas, a la guerrilla y a la represión en contra de los movimientos sociales.
Esa noche, en la sobremesa, y ya en casa de mis tíos, Carlos puso un disco con música de ópera y decidió que debíamos escucharlo. Era la pista con la música de las canciones que había grabado recientemente y que en algunos días estaría a la venta. Carlos nos cantó “O sole mio” y una parte de La Traviatta. Recuerdo que cuando terminó, se rió luego que le dije que su disco ya lo habíamos comprado en versión pirata en el mercado de Acaponeta.
El año en que nos conocimos Carlos ya había publicado Las llaves de Urgell. Le comenté que me había gustado, palabras más, palabras menos, el tono que manejaba, creaba y recreaba las llaves, los ruidos, los días, las piedras, el oficio del padre. Trabajaba en un libro de poemas que cuatro años más tarde se llamaría Las armas del viento y fue la primera de sus obras que me dedicó. Ahí yo había leído:
Todos los hombres y niños
Escuchan la risa de los muertos.
Esa noche.
Quizás la eternidad se aparte.
Es noche.
A principios de los años ochenta empezó a tratar a mi padre porque ambos eran asesores en el Centro Mexicano de Escritores, al que le dedicaron muchos años, paciencia y entusiasmo, y es a partir de entonces que sus visitas a la casa de mis padres en la calle de Gelati se han más frecuentes. Así, nuestros encuentros, sobre todo a mediados de los ochenta, se intensificaron y las conversaciones incluían una que afortunadamente nunca terminaba, porque era un juego sobre las posibilidades de formar una biblioteca, sobre las gramáticas de los idiomas y la imposibilidad de Marco Antonio Campos, mis hermanos y yo por adentrarlo, o cuando menos acercarlo, al mundo del fútbol.
De su obra narrativa siempre me refería a la que creo que es la mejor novela que publicó, Guerra en el paraíso, sobre la guerrilla de Lucio Cabañas, en que la versión oficial es que todo luchador social es un agitador, un delincuente que amenazaba las instituciones que no deben cambiar y forma grupos que causan terror. Las armas del alba es una obra que narra, luego de una ardua investigación, el ataque guerrillero a la guarnición militar en Madera, Chihuahua, y la posterior represión. Cuando terminé de leer La fuga le hacía la broma de que, debido a lo que cuenta acerca de los presos que escapan del penal de las Islas Marías y que uno de ellos era de Acaponeta, la policía había detenido a uno de mis parientes para interrogarlo. Las autoridades argumentaban que se basaban en un testimonio de primera mano firmado por Carlos Montemayor.
No olvido la irrupción zapatista en 1994, la lectura de Chiapas. La rebelión indígena de México, ni lo que Carlos jamás se cansaba de repetir: los guerrilleros no son terroristas. No cejó en denunciar con inteligencia y con maestría la situación por la que atraviesan los pueblos indígenas y la represión de la que son objeto. La guerrilla recurrente nos permitió recordar los orígenes que llevaron al EZLN a enfrentarse con la autoridad establecida.
El papel de Carlos en la Comisión de Intermediación entre el gobierno federal y el Ejército Popular Revolucionario junto a Samuel Ruiz, Juan de Dios Hernández Monge, Enrique González Ruiz, Rosario Ibarra de Piedra, Miguel Ángel Granados Chapa y Gilberto López y Rivas, nos habla de su integridad, de su ya larga trayectoria con un intelectual comprometido con sus ideales para hacer en este país haya justicia social. Recordamos a Carlos siempre con un discurso pausado, cimentado, congruente con sus ideas, sentado a la mesa con quienes, como él, son amigos de la casa, los que conocen las anécdotas familiares y están unidos por el cariño y la amistad que en el caso de Susana y Carlos se volvieron fraternos. Nos quedamos con la imagen del amigo cálido, generoso y solidario.
Fue una coincidencia y no una profecía lo que dice su personaje de “Los días y los días”: “A veces me llega un día que no necesito. Como el de mi enfermedad, por ejemplo.”
Nadie necesita un día así.
Carlos, cómo te extrañaremos tus amigos y sobre todo los que requieren una voz como la tuya. Hasta luego, maestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario