jueves, 29 de abril de 2010

La silla

Pedro Friedeberg

La silla. Obra emblemática, sala Manuel M. Ponce, Palacio de Bellas Artes. ®Borzelli Photography


Pedro Friedeberg*

Por Carla Faesler


Anti-solemne, extravagante y adictivo

Conocí a Pedro Friedeberg cuando yo tenía unos diez o doce años. Mi madre, la pintora Cristina Bremer, era muy amiga de él y de Leonora Carrington, por lo que frecuentaba al grupo de artistas y personalidades de la época. Yo y mis dos hermanas entrábamos y salíamos intermitentemente de ese mundo, en el que México era una ciudad mucho más pequeña y cuya comunidad artística, más que ser un ámbito profesionalizado como hoy en día, era una comunidad de amigos.


De izquierda a derecha: Roxana Velásquez Martínez del Campo, Carla Faesler, Luis Carlos Emerich y Pedro Friedeberg, en la presentación del libro Pedro Friedeberg, de editorial Trilce, sala Manuel M. Ponce, Palacio de Bellas Artes. ®Borzelli Photography


I

Durante algún tiempo, por toda la casa en donde vivíamos mis hermanas, mi madre y yo en la Condesa, había platitos llenos de cacahuates japoneses diseminados en lugares estratégicos: en los muebles de la biblioteca, en la chimenea, en las mesitas de la sala. Su botana favorita, los cacahuates japoneses aguardaban en cualquier sitio el rapto imprevisible de Pedro Friedeberg dispuestos en elegantes bibelots generalmente heredados de mi abuela. Las tres hermanas terminamos por cultivar ese gusto y aprovechábamos su ubicuidad para masticarlos con deleite por doquier. Todavía hoy asocio a Pedro Friedeberg con los cacahuates japoneses, los Nishisawa por supuesto. También estaban los cacahuates japoneses en el estudio de mi madre, en donde ella y Pedro se sentaban en las tardes a jugar partidas interminables de backgammon y dominó, y en las que generalmente apostaban enciclopedias británicas y diccionarios Larousse. No hay mal que por bien no venga: su ludopatía nos consiguió muchos dieces en los trabajos escolares.

Pedro Friedeberg ®Borzelli Photography


En ese entonces, íbamos mucho a casa de Leonora Carrington, en México y en Cuernavaca. Ahí, se la pasaban cocinando pasteles de cemento como propuesta para el desarrollo de una culinaria feminista, pintando cosas absurdas en sombreros mexicanos que luego se ponían sin pudor en las fiestas y haciendo cuadros a tres manos porque Pedro ponía a Leonora y a mi madre a ayudarle a rellenar los miles de cuadritos con que armaba las perspectivas de sus piezas. Las casas de Leonora eran muy sencillas, modestas. Para mi sensibilidad de niña, tenían una atmósfera lúgubre y misteriosa que me fascinaba y me daba un poco de miedo placentero. Recuerdo que la primera vez que fuimos al departamento de Pedro en Reforma, quedé hipnotizada por la decoración, el brillo y la acumulación, por los dorados y las pieles de animales exóticos que tapizaban los muebles. Las de Leonora y Pedro, casas radicalmente opuestas. Los sabía muy cercanos porque se veían todo el tiempo, pero desde ese día no entendí para nada cómo es que podían ser tan amigos.

®Borzelli Photography


A las inauguraciones de las galerías iban todos vestidos estrafalariamente – de eso me di cuenta mucho después porque para mí eso era lo normal. En aquel entonces todavía existían los suplementos y las secciones culturales en los periódicos y a ellos les gustaba figurar en sus páginas; eran, como no, algo vanidosos y les gustaba ser la crema y nata, se sentían los muy-muy, pero más que mamones, eran un poco infantiles: todo el tiempo estaban como jugando. Lo que sí, tenían mucho más mundo del que tenemos ahora, carecían de internet pero eran totalmente globales, estaban al día en los asuntos más urgentes de Persépolis o en el último escándalo de alguna odalisca húngara.

La vida era la noche de la zona rosa, la colonia condesa y la roma, el teatro blanquita, el cabaret King-Kong, las fachadas oscuras y las calles semi desiertas en donde se amontonaba la gente en los cocteles de las inauguraciones de las galerías. La mayoría de las veces los recuerdo riendo. Vivían un mundo divertido en el que el arte era mucho más importante que las manifestaciones y los problemas políticos. La política era mucho menos complicada que ahora – por eso tal vez les parecía tan aburrida - sólo había que saber el nombre del presidente y el de un partido político, pero ni eso les gustaba lo suficiente: una vez, en una fiesta en la casa, a la poeta Pita Amor alguien le preguntó qué opinaba de Miguel de la Madrid – entonces Presidente de la República – y simplemente contestó “¡Jamás hablo del servicio!” y mejor se puso a improvisar un poema viéndome raspar con un cuchillo la cera que se había derramado sobre la duela de la sala “No muevas más el cuchillo/ que es cruel y fiel asesino”. El arte era más importante que cualquier otra cosa, era un universo real, tangible, era en sí, la forma de vida que todos llevaban.


®Borzelli Photography


En mi casa había libreros enormes, repletos de libros para niños, el Tesoro de la Juventud, novela policiaca, poesía, libros de arte. Uno en particular llama mi atención: el del flamenco Hieronymus Bosch, el Bosco. Contemplo El jardín de las delicias, el infierno, el purgatorio. Me fascinan sus personajes mitad animal, mitad ser humano. Pienso que – aunque un poco más sufrido - lo que pinta se parece a lo que hace Pedro, quien les pone a los pavorreales piernas de señorita con tacones. ¿Se conocerán? A lo mejor pronto van a exponer juntos en la galería La Chinche.


De izquierda a derecha: Luis Carlos Emerich, Carla Faesler, Pedro Friedeberg, Déborah Holtz, Fernando González Gortázar y Roxana Velásquez Martínez del Campo, presentación del libro Pedro Friedeberg, de editorial Trilce, sala Manuel M. Ponce, Palacio de Bellas Artes. ®Borzelli Photography



II

Además de ser un objeto bellísimo, el libro Pedro Friedeberg editado por Trilce es uno de los mejor logrados que he visto últimamente, no sólo por la complejidad de los niveles de información y sus formatos, maravillosamente resueltos en el diseño de Juan Carlos Mena, sino por la impecable impresión. Lo intrincado del material gráfico debió sacarles canas en la imprenta a Déborah y a todo el equipo de Trilce. Pero este libro es también un conjunto de textos imprescindibles que van desde el análisis crítico-teórico-lúdico de James Oles, Luis Carlos Emerich, Fernando González Gortázar y Jeffrey Collins, y las entrevistas y textos de ocasión de Silvia Cherem, Ricardo Legorreta y Mathías Goeritz, hasta los documentos escritos o relatados por el autor mismo. Es un acierto que los editores hayan recuperado este material escrito por Friedeberg, que es poco conocido para muchos.


De izquierda a derecha: Arnaldo Coen, Lourdes Sosa y Pedro Friedeberg ®Borzelli Photography


Los textos de la columna Lunario de El Universal, por ejemplo, que se publicaron a lo largo de 1984, son todos deliciosos, como si hubieran metido en una licuadora a Augusto Monterroso y a Ionesco junto con una enciclopedia británica, una pizca de Ramón Gómez de la Serna y otra de poesía absurda alemana e inglesa. Algunos de estos textos funcionan como cuentos, otros son comentarios sobre algún tema específico, algunos son diatribas, otros, intrincadas disquisiciones. Los personajes o sujetos del tema son generalmente animales o cosas quienes por medio de la analogía, la parodia y el contraste, son utilizados por Pedro para recrear situaciones poderosamente extravagantes en la que la racionalidad ha sido desfasada y distorsionada a grado tal que generan una lógica interna que obedece ya sólo al humor y al absurdo. Lo absurdo es una forma alternativa de ordenar la realidad creando sentidos particulares en la que el autor tiene la total libertad de moldear un universo propio y que Pedro utiliza muchas veces para tratar a la ligera las cosas graves y gravemente las ligeras. De entre estos textos, tal vez mi preferido es el cuento La invención del paraguas, en donde el personaje principal es una salchicha docta en terminología de psicología clínica, que tiene graves problemas de personalidad, al igual que el taxista que la lleva a través de territorio etíope y con el cual discute – cuando se le da la gana porque a veces pide silencio y se le siente harta y acalorada – sobre sus mutuos padecimientos, el mapa estelar y la atribución a Ygdrasil como el primer paraguas de la historia del paraguas. Hay que hablar también de Claustrofobia, el relato en donde seis sardinas, todas emparentadas menos una que es adoptada, piensan, discuten y pelean dentro de una de esas latas ovaladas de las despensas de toda la vida. Una, la más esnob, sueña con ser devorada por una marquesa mientras otra, la más humilde, se ve nutriendo a numerosos niños leprosos. Están también los caracoles que reptan fatigadamente hacia la cima del Popocatépetl por recomendación del Dr. Atl, los perros pertenecientes a ilustres personajes, una reflexión sobre las calles de la ciudad de México en la que el autor se pregunta por qué no hay una calle que lleve el nombre de Pita Amor, cuando todos sabemos que se merece por lo menos una autopista de Tampico a Mazatlán, en fin, no puedo dejar de mencionar Rinoplastía y apocalipsis, en donde abundan los consejos para el año que comienza, entre ellos, la consulta de toda ciencia adivinatoria incluyendo la rinomancia, arte sagrado de vaticinar el futuro por medio de la forma de la nariz. Espero que Pedro Friedeberg siga escribiendo.


Pedro Friedeberg y Carla Faesler ®Borzelli Photography


Este libro, finalmente, transpira humor, desfachatez, desenfado, extravagancia y sobre todo anti-solemnidad. Es un libro que se lee a carcajadas y produce adicción: a mí ya no me importaba la premura con la que tenía que escribir este texto, sólo quería seguir y seguir leyendo entre las risas francas que su contenido me arrancaba. Hasta los textos más comprometidos con el rigor del estudioso están atravesados por el calambre de la descompostura que produce la vida y la obra de Pedro Friedeberg. Y eso es algo que hay que agradecer hoy en día: cuando muchas veces el arte ya se deshace en posturas y grandilocuencias infértiles, surge de nuevo Pedro Friedeberg, el estandarte más crítico para desajustar lo demasiado apretado, aceitar lo que está ya rechinando y encender la inteligencia y la sustancia, para volver a apretar el botón de ON a lo que ya está un poco OFF.


SI, Fátima Hernández, Pedro Friedeberg, Carla Faesler y SI ®Borzelli Photography


* Trilce editores, México 2009.


®Borzelli Photography


Fotografías: Pascual Borzelli Iglesias para abartraba
Diseño y edición: Miguel Borzelli Arenas

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