domingo, 6 de junio de 2010

Helen Escobedo. Entrevista de José Luis Martínez S.

“Mientras viva seguiré creando cosas nuevas”

Con la retrospectiva A escala humana, en el Museo de Arte Moderno, y la exposición Escuchen al silencio, en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, este año se ha reconocido el trabajo de la artista mexicana, quien aquí recuerda algunos episodios y personajes de su vida.

Los Mojados
Exposición Escuchen el silencio, organizada por el director de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, La Esmeralda, Eloy Tarsicio, en el Cenart. ®Borzelli Photography

Helen Escobedo ®Borzelli Photography


*Tomado de Milenio Online del 5 de junio de 2010

http://impreso.milenio.com/node/8779016

Texto: José Luis Martínez S.

®Borzelli Photography

Nada permanece —afirma Helen Escobedo (Ciudad de México, 1934)—. Las pirámides ya no son lo que eran, la Esfinge, los cuadros de Da Vinci, todo ha cambiado, nada está como cuando lo hicieron”. Por eso su apuesta por el arte efímero, con el que recorre el mundo. En su casa de Tlayacapan, en el estado de Morelos, la escultora, dibujante, instalacionista, diseñadora, quien alterna su vida entre México y Alemania, el país de su esposo, habla de su respeto por la naturaleza, de su gusto por la arquitectura, recuerda a sus maestros y, convencida, expresa su desdén por los caminos trillados. El siguiente texto, en primera persona, es un fragmento de una larga conversación con esta creadora que no conoce fronteras.

Plastilina

Desde los cinco años sabía que quería trabajar con las manos, me gustaba la plastilina. Era yo una niña enfermiza, pasaba mucho tiempo en cama con dolores intensos de oídos y sin apetito. Mi mamá me llevaba la charola del desayuno con una cajita de plastilina y me decía:

—Si comes, puedes jugar con ella.

Y aparentemente lo hacía, porque mi mamá me contaba que los tenedores y cucharas bajaban en forma de animales, con patitas, picos y cosas así. Conforme iba creciendo, seguía dibujando y modelando mis porquerías, porque no eran más que eso.

®Borzelli Photography

En la adolescencia, cuando iba a la Universidad Motolinía —administrada por monjas— me enteré que había una

escuela llamada Mexico City College en la que daban clases de arte. Un día, saliendo de la universidad, iba yo en primero de preparatoria y todavía usaba uniforme, me subí a un autobús y me fui derechito a la calle de Pimentel, en donde estaba el college. Al entrar, un señor me preguntó:

—¿Qué haces aquí?

—Vengo a inscribirme —le respondí.

—Esto es para mayores de edad —me dijo—. Tú tendrás que regresar en unos tres o cuatro años.

Enojada, me di vuelta y me fui.

Biblioteca ®Borzelli Photography

Al llegar a mi casa, me miré en el espejo de mi mamá —un espejo largo— y me vi como era: una muchacha de catorce años. Entonces, me puse liguero y medias —que ni me sabía colocar bien—, me levanté el pelo, me pinté la boca, me puse el suéter al revés y le di cierta forma a mis pechos; me volví a mirar, me vi mayorcita y me dije:

—En una semana voy a volver al college, ojalá no esté el mismo señor.

Volví y ahí estaba, yo no sabía que era el director de arte. Pero estaba muy ocupado o de veras no me reconoció, porque al decirle que iba a inscribirme me indicó:

—Apúntese aquí; tiene una semana que comenzaron las clases.

Me mandó al primer piso, a la clase de dibujo. Los estudiantes eran hombres y mujeres de treinta años para arriba. Nadie se fijó en mí. El maestro me señaló dónde estaban las pinturas y la modelo, y que voy viendo una modelo encuerada, algo que nunca había visto. Los demás estaban haciendo siluetas, yo también quise hacerlas pero el problema es que para mí la silueta no existe: tantito me movía y la silueta cambiaba. Llegó el profesor y al explicarle mi problema comentó:

—Ya entendí, se equivocó de clase, la voy a llevar a la de escultura. Y me llevó con Germán Cueto.

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Germán Cueto

Al verme, Cueto me cayó en el instante y dijo:

—Oye, garra de escuincla, ¿qué estás haciendo aquí?

—Quiero aprender a modelar.

—Yo te puedo enseñar muchas cosas…

—Quiero ser artista.

—Un momento, yo te puedo enseñar cómo forjar piedra, cómo modelar en barro, en fin, muchas técnicas, pero no te puedo enseñar a ser artista. ¿Quieres aprender conmigo?

—Sí, por favor.

A partir de ese momento nos hicimos amigos, lo veía como mi papá. Me protegió muchísimo y me quedé más de un año con él.

Mesa de trabajo en su casa de Tlayacapan ®Borzelli Photography

Germán me enseñó a ser creativa. Me decía:

—La piedra cuesta muy cara y no tienes dinero para comprar una piedrota, así que te voy a enseñar a fabricarla con pixolina, polvo de mármol y menjurje y medio, del tamaño que quieras y casi sin costo.

También se dio cuenta que, para crear, a mí no me interesaba quitar sino poner.

—Tú nunca vas a tallar —me advirtió—, no te gusta; tú no vas a encontrar algo dentro, sino que vas a forjar hacia fuera. Te voy a enseñar a hacer estructuras.

®Borzelli Photography

Era buenísimo para eso. Hacíamos las estructuras con pedazos de alambre, con cosas que encontrábamos tiradas en otros departamentos, en fin.

Y luego:

—El barro no es caro, te voy a enseñar a trabajarlo y tú le vas agregando lo que quieras. Ahora, si quieres hacer un molde en bronce, no vas a poder porque es carísimo. Pero te voy a enseñar a hacer moldes en yeso, o con avena para que duren más.

Me acuerdo que una cabeza que me gustaba mucho, la vacié con ese amasijo de avena y me duró años. Eso fue lo que me enseñó Germán Cueto: a ser libre, a hacer cosas con lo que tuviera a la mano; eso me ha durado toda la vida.

Sillas a la entrada de su casa ®Borzelli Photography

Henry Moore

En ese tiempo, fue a cenar a la casa un amigo de mi mamá, el profesor John Skeaping, quien al ver el tallercito que yo tenía en el cuarto de lavado ha de haber notado en mí cierto talento, porque me dijo:

—Mira, te puedo ofrecer una beca de un año en Londres, en uno de los colegios más reconocidos. Si te va bien y aprendes rápido, la beca puede ser de tres años.

Mi papá era un abogado zacatecano, muy severo; mi mamá, que era inglesa, fue a verlo para decirle:

—Le están ofreciendo esta beca a nuestra hija, ¿cómo ves?

Mi papá le contestó:

—Tiene que terminar la preparatoria, sin eso no le doy permiso. Y además con buenas calificaciones.

Yo hice muchas cosas para tener buenas calificaciones, algunas no muy honorables, pero al terminar la prepa obtuve el permiso, me fui a Londres con mi mamá y entré al Royal College of Art.

En Londres había modelos que se movían cada treinta segundos, y uno tenía que captarlas en dibujo. Aprendí a tallar, y supe más que nunca que no me gustaba. A los estudiantes nos paseaban por ciertos lugares y podíamos estar todo el día sentados, dibujando escenas. Aprendí mucho de mis compañeros, porque tenían una inventiva impresionante.

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Estaba yo abierta a todo, y me dieron la beca por tres años.

Henry Moore visitaba a veces el college y nos confrontaba con la obra. Nos explicaba su manera de trabajar y nos decía por qué nuestras obras no cabían, por decirlo así, dentro de su sistema. Al escucharlo pensaba:

—Tengo que encontrarme a mí misma y no seguir a nadie más.

Cuando Henry Moore se dio cuenta que yo era mexicana, me invitó a su casa y me enseñó su colección de arte prehispánico. Era pequeña pero muy linda, se basaba en el Chac Mool. Nunca imaginé que años más tarde, siendo la directora, iba a presentar una exposición suya en el Museo de Arte Moderno de México. Fue enorme, pero Moore no pudo venir porque ya estaba enfermo, cansado.

Le pedí que nos donara una escultura, porque en México no hay un Henry Moore —hay una pieza chiquita en Bellas Artes, pero está en las oficinas—. Me dijo que no, que toda su obra pertenecía a su fundación y que él personalmente no podía disponer de ella. Le expliqué que íbamos a colocar su escultura entre el Museo de Arte Moderno y el de Antropología, para unir sus dos grandes influencias, pero no pude convencerlo.

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Galería de Arte Mexicano

Al regresar a México, tenía ya un poco de obra y empecé a buscar una galería para exponerla. Dos amigos de mis papás, Mathias Goeritz y Gunther Gerzso, habían seguido con cierta curiosidad e interés lo que yo estaba haciendo y me recomendaron con Inés Amor, de la Galería de Arte Mexicano, la número uno del país. Ella me dijo:

—Bueno, hija, vamos a hacer una exposicioncita tuya, a ver qué tal nos va.

Nos fue mal. Pero Mathias me decía:

—No te fijes en lo que escriben, ni en lo que opina el público, ni en el hecho de que no estás vendiendo nada. Tú sigue, tú eres tú y un día de estos vas a encontrar tu camino. Todavía no lo encuentras, pero sigue adelante.

En esa primera exposición en la Galería de Arte Mexicano, había unos relieves un tanto surrealistas, primitivos. Había también retratos un poco caricaturescos que no le gustaron a la gente. Pero Inés me dio otra exposición, a la que le fue un poco mejor. En la tercera empecé a hacer cosas que jamás había hecho antes, que eran objetos útiles. Yo decía: ¿por qué un radio, que emite tan bonita música, tiene que ser una cosa tan fea? Entonces hice un radio en forma de pez. Hice una lámpara bastante linda con discos de neón. Hice una regadera que parecía una flor… Para el Hotel Aristos me pidieron una fuente, y me empezó a ir bastante bien.

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Regadera exterior junto a la alberca ®Borzelli Photography

En mi cuarta o quinta exposición desarrollé el temaEl artista y su público. Bronces donde el artista —que era yo— enfrentaba la incomprensión de la gente, que no me entendía o no le gustaba lo que yo hacía. En las escenas se veía al artista solo contra un muro con un cuadro, a la mamá del artista, al artista y su mejor amigo, que lo tiene medio abrazado, al artista con algunos admiradores, al artista ya crecido, más alto que los admiradores y todos observándolo endiosado, luego al artista con más y más gente alrededor, y finalmente al artista muy alto, muy delgado, totalmente rodeado por sus admiradores y ya sin ninguna salida. Pero el artista rompe la barrera, empieza a reducirse y el público le da la espalda, lo deja solo, y él se va por otro camino. Esa exposición tuvo mucho éxito y se vendió casi toda.

Inés me propuso:

—En seis meses vamos a hacer otra exposición con el mismo tema, porque todavía no terminas con este argumento.

—Ya terminé —le respondí—, el artista ya se largó, quiere ir solo por otro camino.

—De todas maneras, vamos a hacer otra exposición.

—Sí, pero con los paneles que estoy haciendo ahora, de madera y policromados.

—¿Qué es eso?

—Bueno, miden 1.22 por 2.44, son muros con espacios abiertos en donde uno puede entrar y salir, no sé cómo llamarlos pero ya tengo cuatro y te los quiero enseñar.

—Acabamos de tener una exposición exitosísima y ahora me dices que ya no vas a seguir por ahí, ¿por qué?

Traté de explicarle, pero no daba crédito que después de tanto esperar, al llegar el éxito yo le diera la espalda.

®Borzelli Photography

La quería mucho, y ella también me quería. En esos días hubo una celebración en la galería y yo la quise sorprender. Sin avisarle, lleve uno de mis paneles —que después Raquel Tibol llamó muros dinámicos—, lo coloqué y me fui corriendo a mi casa a cambiarme. Cuando regresé, ya no estaba ahí.

Inés me regañó:

—Tú no puedes hacer eso en mi galería, a mí se me pide permiso. Tu pieza está en el fondo del corredor, como cualquier otra obra de las que están expuestas.

Eso me dolió profundamente, sabía que a Inés la había perdido porque no iba a seguirme el paso cada vez que cambiara de camino.

Continúe haciendo mis muros dinámicos y un curador de la Galería Nacional de Praga me propuso montar una exposición con ellos —de hecho, la galería se quedó con una pieza muy linda que aún conserva. Ese fue mi paso número dos: los muros dinámicos.

Paisaje de cáctus ®Borzelli Photography

Independencia

Inés era una mujer muy generosa, muy comprensiva, pero al mismo tiempo muy severa y en su galería —como me dijo— mandaba ella y si alguien se salía del cajón, como yo lo hice, no lo perdonaba. Después de nuestra ruptura, nos seguimos viendo, pero la relación había cambiado: ella ya no me cuidaba y yo me volví adulta e independiente.

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Mathias me apoyaba:

—No te dejes —me decía—, haz lo tuyo, ya te estás encontrando, ya estoy viendo tu camino, pero no te voy a decir cuál es porque tú tendrás que descubrirlo sola.

Cuando terminé los muros dinámicos, me pidieron que los hiciera ya no como esculturas aparte sino integrados a la arquitectura en la Aseguradora Patria, en las oficinas de Noriega y Escobedo, con el permiso de mi señor padre y con la ayuda de mi hermano, quien siempre pensó que los espacios —aun los de abogados— no tenían por qué ser tan serios. Empecé entonces a crear ambientes dinámicos. Con el terremoto de 1985 se perdió todo, me propusieron rescatar algunas cosas pero no quise:

—No guarden nada —les dije—, tiren todo, olvídenlo, vamos a crear algo nuevo.

Y eso seguiré haciendo mientras viva, creando cosas nuevas, diferentes.

®Borzelli Photography

Puertas al viento

Mathias me invitó a colaborar en el corredor escultórico de la Ruta de la amistad, que se creó con motivo de las Olimpiadas de 1968 y en el que participamos 19 artistas. Mi escultura está en Cuemanco y tiene 17 metros de altura. Como era la última, yo la había ideado frontal: llegaba uno hacia ella y ahí estaban lasPuertas al viento, entreabiertas para poder ver lo que había detrás. Me desesperé cuando vi que habían hecho la base y la estructura estaba de lado, de haberlo sabido hubiera diseñado algo diferente, pero ni modo. Al ver la estructura en varilla, transparente, me quedé maravillada. Pensé:

—Si ahorita me está fascinando, qué será cuando terminen la escultura, cuando la pinten.

Pero cuando le pusieron el concreto y la pintaron —de verde y azul— y le dieron sus acabados, como en mi maqueta original, se cerró el paisaje, ya no podía ver la alfalfa en los campos de atrás, ya no podía ver el cielo. A partir de ese momento decidí nunca más cubrir una estructura.

®Borzelli Photography

Espacio escultórico

El Espacio escultórico fue idea del rector Guillermo Soberón. Un día nos convocó a seis escultores que trabajábamos en la UNAM: Mathias Goeritz, Federico Silva, Manuel Felguérez, Hersúa, Sebastián y yo. Nos llevó al nuevo Centro Cultural Universitario y, extendiendo el brazo en semicírculo nos dijo:

—Maestros, aquí hay un terreno, hagan algo.

Se nos vino la idea de trabajar en equipo, pero pusimos una regla que casi nos destruye: todas las decisiones tenían que ser unánimes, con uno que estuviera en contra se desechaba cualquier propuesta. Coincidimos en la idea del semicírculo y luego decidimos hacer figuras geométricas con cuatro puertas, estando en el centro una plataforma natural de lava. Llegamos al acuerdo de utilizar el triángulo isosélico, que nadie utilizaba todavía, para que la obra no fuese de alguien en particular, sino de los seis. El Espacio escultórico es de todos.

Bebedero de aves ®Borzelli Photography

Cuando terminamos, el rector nos dijo:

—Adelante, síganle.

Pero como ya estábamos así, todos contra todos, decidimos trabajar individualmente. En el Espacio escultórico nos bajamos de nuestros pedestales, pero luego volvimos a nuestro egoísmo, a nuestras egomanías. Yo hice una escultura —Coatl— que ahora me da mucha tristeza porque está cubierta de graffiti, con mucha basura. Le falta que la protejan.

Obra efímera

Al ver lo que les pasa a las esculturas urbanas, a las que casi nunca se les da mantenimiento, y por creer que nada permanece, empecé a hacer obra efímera. Para esto decidí utilizar —como me enseñó Cueto— material que no costara mucho, que se encontrara cerca o que fuera donado, prestado o reciclado. Así hago mis instalaciones efímeras.

La primera que hice fue Pasaje blanco (1970) en el Salón Independiente del Museo Universitario de la UNAM, del que era directora. Era un corredor de triplay en forma de ele, con piezas separadas y mucha luz, porque yo detesto los corredores oscuros y cerrados de los hospitales, de los bancos, de los edificios de departamentos.

®Borzelli Photography

Arquitectura

Uno de mis libros favoritos se llama Arquitectura sin arquitectos. Me fascina la arquitectura, pero sobre todo la de los pueblitos, la que nace del ambiente mismo. Siempre me ha interesado cómo vive uno dentro de los espacios, el exterior no me importa para nada.

Si a mí me piden diseñar una casa —no soy arquitecta pero ya llevo varias—, yo les pregunto: ¿cómo quieren despertar, de noche o de día; quieren escaleras, les gusta la luz? Yo siempre pregunto esas cosas porque cada persona es diferente y su casa debe serlo también. La arquitectura interior es la que cuenta.

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Mesa de trabajo en su casa de Tlayacapan ®Borzelli Photography

La crítica y el público

La crítica como tal no me interesa, porque es pasajera. Me interesa la historia del arte, me interesan ciertos periodos de la historia del arte. Pero la crítica en torno a mi obra, pues cada quién tiene su opinión y muchas veces yo no la comparto. Si a los que escriben les diera yo la mano y les enseñara el otro lado de la moneda, verían las cosas de otra manera, pero no me gusta explicar lo que hago.

La que sí me importa es la opinión del público. A veces, como cuando hice la exposición sobre los refugiados en la Alameda Central, sigo a la gente y, sin que sepan quién soy, escucho lo que dicen, veo su reacción ante las obras. En este sentido, es muy diferente la manera de reaccionar de los europeos, que miran más bien hacia el pasado, hacia las guerras del siglo XX, a la de los latinoamericanos. Nosotros somos más emotivos, más demostrativos, las personas lloran, se dan golpes de pecho, es impresionante.

Nido de golondrinas ®Borzelli Photography

Mirar hacia atrás

Muchos artistas jóvenes de hoy no miran hacia atrás y creen inventar cosas que ya están hechas. Aunque, para mí, todo lo que está creado con una intención profunda de expresión personal es válido. En los jóvenes a mí lo que me interesa ver hacia dónde van, cuáles son sus cambios, si van avanzando o se han estancado.

El arte se ha bifurcado. Todas las artes se entremezclan: escultura, pintura, grabado, teatro, ballet, y ahora con las computadoras el espacio es ya infinito.

Las artes tradicionales se seguirán haciendo, a mí me sigue gustando el dibujo, yo nunca pinté, nunca me ha gustado el óleo, pero me fascina el dibujo. Seguramente nunca volveré a hacer un retrato en mi vida, porque ya no me interesa ese tipo de expresión: como decía Picasso, me interesa seguir viendo las cosas con ojos de niño, con ojos nuevos.

Paisaje de cáctus ®Borzelli Photography

®Borzelli Photography

Fotografías: Pascual Borzelli Iglesias para abartraba

Diseño y edición: Miguel Borzelli Arenas

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